Todas las mañanas llegaba con una bolsa y su bastón. Pasaba una franela
descolorida sobre el banco, arrastrando restos de la piedra original
Se sentaba y fija sus
ojos en el mar, solo distraía su
observación para beber del contenido de un termo, café para el frío o un jugo
en los días calurosos.
Su piel estaba curtida por el sol y arrugada por los años.
Unas tardes de invierno, sobre su saco gris se dibujan las gotas de nieve.
En los cálidos veranos usaba un sombreo de paja que apenas permitía ver sus ojos
celestes, antes brillantes hoy secos.
No hablaba con nadie, solo respondía cuando le solicitaban
una dirección.
Cuando la oscuridad de la noche, avanzaba, recogía sus cosas y se iba
Un día no llego, el siguiente tampoco, ni los otros. Se
tejieron cientos de historias, esperaba la barca de su amor, de su hijo, hasta
podría haber sido de su padre, nadie conocía su nombre ni donde vivía.
Con el tiempo dejaron de esperarla, pero sigue siendo una de
las historias que se cuentan en el puerto
Lapislazuli